lunes, 30 de mayo de 2011

Capítulo 2

—¡Hey, aquí tienes algunas ropas prestadas de Jaime! —le dijo Dylan a Lex, aventando las prendas sobre la cama. Lex casi no le prestaba atención, estaba concentrado en la pantalla de la laptop de Dylan, quien no se dio cuenta.

Dylan empezó a buscar sus ropas en la cómoda que tenía en su cuarto, para posteriormente meterse a bañar. Le pareció extraño que Lex estuviera tan… tranquilo, así que lo miró un segundo; Lex tenía cara seria, de concentración, de esa que sólo ponía, o cuando estaba dormido, o cuando negociaba.

—¿Qué haces? —le preguntó Dylan.

—Oh. Nada, busco algunas cosas en internet sobre mi anime favorito. ¡Me gusta Junjou Romantica*! ¿Lo has visto alguna vez? —preguntó Lex esperanzado.

—Déjame adivinar ¿yaoi? —preguntó Dylan, entrecerrando los ojos.

—¡Sí! —contestó Lex, con un suspiro.

—Me das asco… —dijo Dylan, sintiéndose incómodo, luego puso más a atención a qué era lo que Lex estaba utilizando para ver sus cosas. ¡Era su laptop!—. ¡Oye! ¿Qué crees que estás haciendo con eso?

—¿Con qué? —preguntó Lex confundido, entonces Dylan señaló su laptop—. ¡Ah! Ya te dije que estoy buscando cosas sobre…

—¡No me refiero a eso! —interrumpió Dylan desesperado—. Me refiero a que ¡¿en qué momento dije yo que podías tomar mi laptop prestada?!

—¡Ah, era eso! —dijo Lex sonriendo despreocupado como si pensara que eso era un asunto de menor importancia—. Pues en ningún momento, yo mismo me tomé la libertad de agarrar tu lap que, por cierto, no tiene contraseña, y buscar algunas cosas en internet.

—¡Pues no quiero prestártela, así que devuélvela!

—Oh, vamos, Dylan, no seas tan amargado —decía Lex con voz suplicante.

—¡No! Las laptops son computadoras personales ¡per-so-na-les! ¡Así que dámela ya! —dijo Dylan, abalanzándose encima de Lex para quitarle la lap a la fuerza.

Pero Lex estaba lejos de querer entregársela, además de que estaba disfrutando de hacerlo pasar un enojo —sí, Lex era de ese tipo de personas a las que les gustaba fastidiar sólo por gusto—, así que incluso se puso menos cooperativo.

—¿Por qué no quieres prestármela, Dylan? ¿Es que a caso tienes algo que no quieres que yo vea, como pornografía?

—¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no, maldito pervertido de mierda! ¡Yo no soy como tú!

—Entonces, si no tienes nada que esconder ¿por qué no me la prestas? —hablaba Lex tranquilamente mientras alzaba la lap con una sola mano por encima de sus cabezas. Dylan era demasiado chaparro, a comparación del metro ochenta y dos de Lex.

—¡Porque temo que la destruyas! —justificó Dylan, quien cada vez se ponía más rojo de furia.

—Me ofendes, Dylan. ¿A caso me ves cara del tipo de personas que destruyen todo lo que tocan? —preguntó Lex, fingiendo una voz de indignación.

—¡No, sólo te veo cara de idiota! —gritó Dylan, mientras empujaba a Lex hacia la cama para quitarle la laptop, pero la computadora, en lugar de irse hacia atrás con Lex, se fue con el brazo de Lex, pero hacia adelante. Se escapó de su mano y terminó en el suelo.

Al ver eso, Dylan se quedó petrificado.

—Es tu culpa —dijo Lex, con los ojos como platos, viendo el destrozo que él acababa de provocar.

Dylan estalló en ese momento, tomó a Lex por el cuello de la camisa y empezó a agitarlo de atrás hacia adelante, reclamándole.

—¡Eres un idiota! ¡Era una Mac! ¡Eres un inútil, imbécil, degenerado, flojo y, por si fuera poco, gay, además destruyes todo lo que tocas! ¡No quiero volver a verte, lárgate de mi casa!

—Pero… ¿no me iba a quedar a dormir? —preguntó Lex poniendo cara de perrito, una que a Dylan no le provocó nada más que fastidio.

—¡Que te largues! —le dijo con fuego en los ojos.

—Pero…

—¡YA! —dijo Dylan, mientras se daba la vuelta hacia su laptop caída.

Lex, con la cola entre las patas, se dio media vuelta y caminó hacia la salida de la mansión. En ese momento, Jaime entró al cuarto de Dylan, sin reparar en que Lex estaba bajando las escaleras.

—Señorito, escuché gritos. ¿Pero qué ha pasado? —preguntó Jaime, con voz educada mientras se acercaba hasta Dylan, entonces lo vio agachado frente a su computadora rota y dijo: —Oh… Ya veo. ¿Fue el señorito Lex?

—Pues no lo sé, Jaime. Quizá fui yo —le contestó Dylan a Jaime con sarcasmo, aunque el pobre mayordomo sexy de ochenta años no tenía nada que ver con sus problemas.

—Lo siento —dijo Jaime con voz condescendiente—. ¿Adónde se ha ido el señorito Lex?

—Lo corrí de la mansión —dijo Dylan, levantándose de su posición acuclillada y cruzando los brazos sobre el pecho.

—Pero, señorito, a estas horas de la noche… ¿no cree que es extremadamente peligroso? —dijo Jaime, sorprendido ante una decisión tan imprudente. El señorito Lex sí que debe ser desesperante para poner al joven amo de tal humor… pensó Jaime.

—Es mejor que sea peligroso, así que quizá lo maten o lo violen… ¡Y ojalá quien lo viole sea una mujer! Porque tratándose de ese maldito gay, si fuera un hombre quien lo viola tenlo por seguro que lo disfruta…

—Señorito, perdóneme por decir esto, pero ha tomado usted una decisión desacertada —dijo Jaime, negando la cabeza mientras mostraba decepción en la expresión de su rostro—. ¿Cómo se le ocurre dejar a su suerte al muchacho?

—Jaime, rompió mi laptop. ¿Sabías que es una Mac?

—¿Qué no hay miles de Mac en el mercado?

—¿Pero sabes tú lo caras que son?

—¿No es usted millonario?

—Bueno… sí, pero los archivos se han perdido —dijo Dylan, encaprichándose con su propio enojo.

—Quizá se puedan rescatar del disco duro —dijo Jaime, que sabía de todo un poco.

—¡Ay, Jaime! ¿Por qué siempre tienes que ser la voz de mi conciencia? —se quejó Dylan.

—Porque si no soy yo ¿quién lo sería, señorito? —dijo Jaime con voz divertida—. De cualquier forma ¿desde hace cuánto se fue el señorito Lex? ¿Cree que vaya muy lejos?

—No lo sé —contestó Dylan preocupado—, como cinco minutos… ¿Cuánto crees que pueda avanzar en cinco minutos?

—Tiene las piernas largas, si camina rápido debe ir lejos —contestó Jaime, aún más preocupado que Dylan.

—¿Entonces qué demonios hacemos aquí? ¡Hay que ir a alcanzarlo rápido! —dijo Dylan, tomando su chamarra de una silla y saliendo apresuradamente de la habitación.

Jaime lo siguió en seguida y pronto estuvieron ya en las puertas de la mansión. Al abrirlas se encontraron con una sorpresa.

Lex estaba sentado tranquilamente en uno de los escalones que estaban justo en frente de la puerta.

—¿Q-qué haces aquí? —dijo Dylan, anonadado.

—No pude salir, estaba cerrado el portón —dijo Lex con cara de flojera.

Dylan se llevó una mano a la cara y se cubrió los ojos, mientras decía humillado:

—Regresa a la mansión.

—¿En serio? —preguntó Lex esperanzado.

—Sí —contestó Dylan, con un suspiro de rendición.

—Pensé que jamás me perdonarías. ¡Gracias! —dijo Lex, mientras se levantaba de un brinco y entraba alegremente a la mansión.

—Esto es sólo por ti, Jaime —le dijo al mayordomo, con una cara que daba miedo. Jaime asintió con nerviosismo y una sonrisa que estaba a punto de fallar.

—Gracias, señorito…

Una vez dentro, Lex trató de calmarse un poco para no realizar más destrozos. Dylan entró en la habitación y tomó su pijama de la cómoda.

—Me voy a bañar, tú también puedes hacerlo —dijo Dylan.

Lex lo miró sorprendido y una sonrisa pícara se extendió por su rostro, la sonrisa más común que tenía Lex: la de pervertido.

—¿Nos vamos a bañar juntos? —preguntó, mientras se acercaba a Dylan y le rodeaba los hombros con el brazo.

—Claro que no, maldito imbécil.


CAPÍTULO EN PROGRESO